Yōkai. Los kodama, por Marcos Muelas



Los árboles son indudablemente seres vivos. Desde que el hombre pisó la tierra, se ha servido de ellos de todas las formas posibles. Los árboles nos dan sombra, frutos y oxígeno mientras viven y, tras ser talados, leña para cocinar, calentarnos y darnos luz. Su madera ha sido materia prima para crear objetos, armas, mobiliario y por supuesto, casas. En definitiva, los árboles dan mucho, sin pedir nada a cambio. Pero, ¿sufren estas criaturas al ser taladas? ¿Tienen acaso alma?


    Bienvenidos a Japón, el país de las tradiciones, los ocho millones de dioses y, por supuesto, los Yōkai. Hoy vamos a centrarnos en los Kodama, otra de esas entidades del folclore nipón. En este caso, su aspecto cambia según la historia en la que aparece. La mayoría de las veces se presenta como una forma espiritual. Eligen los árboles centenarios como hogar, viviendo en su interior, ofreciendo al anfitrión su protección y dotándolo de alma propia.


    Mientras en el resto del mundo levantábamos catedrales de piedra, los japoneses construían sus templos con madera, más resistente a los continuos terremotos que sufrían y sufren en la actualidad. Sus casas, sus edificios, desde los más humildes a los más palaciegos, fueron levantados con madera. Un material hermoso, agradable y altamente inflamable. 

    Los continuos incendios arrasaban barrios enteros. Pero, el corazón japonés es fuerte y su espíritu, inquebrantable. Lo que el fuego consumía, el hombre lo reconstruía. Y en ese afán constructor los bosques sufrían y los árboles morían. ¿Creen que sus hachas se detuvieron a pensar si en el árbol que talaban residía un Kodama? Los árboles eran derribados sin medida y, sin saberlo, al obtener su madera también se llevaban a sus huéspedes, mucho más temibles que las termitas. Por ello, de forma irremediable, las casas construidas albergarán a los espíritus de los Kodama propiciando así desagradables encuentros con los nuevos habitantes. Estos poltergeists nipones atormentarán a los nuevos moradores buscando venganza por la tala de su hogar. Y estas entidades no sólo residían en las casas. La artesanía japonesa empleaba la madera para confeccionar todo tipo de utensilios y herramientas, cada una de estos, poseído por los vengativos Kodama.

    La otra cara de los Kodama nos los muestra como la representación misma de la naturaleza, brindando sus conocimientos a quienes saben encontrarlos. Aquel que respeta la naturaleza y busca la armonía entre los seres vivos, será obsequiado con sus dones. Actualmente hay monjes encargados de detectar cuales son los árboles que pueden estar habitados por estos espíritus. Al detectarlos, los marcan con sogas nudosas. Con este gesto previenen a los leñadores de talarlos. Aun así, no todos los arboles habitados son marcados y cuando estos son dañados por las hachas, sangran por sus heridas. El agresor es perseguido por los espíritus y castigado por sus actos.





    En la actualidad, existen árboles en el mundo que se consideran milenarios. En Japón encontramos al Jōmon Sugi, un árbol al que algunos expertos atribuyen hasta siete mil años de antigüedad. Es, supuestamente, el ser vivo más longevo del mundo. Este gigante mide veinticinco metros de altura y sus ramas llegan a abarcar otros dieciséis de perímetro. Me pregunto cuántos Kodama puede albergar en su interior.

    Dicen que los Kodama nos cantan a través del susurro del viento que mueve sus hojas y cruje sus ramas. Para quien sepa prestar atención, podrá escuchar la historia de su origen y descubrir los secretos del mismo mundo.


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