CRONOPIOS. Encuentro con Catherine Ballard, por Rafael Hortal



 
 

Crash de J. G. Ballard 1973, es la primera gran novela del universo de la simulación. En Crash, ya no hay ficción ni realidad. La hiperrealidad anula a ambas” (Cultura y simulacro, 1978. Jean Baudrillard)


¿Alguien puede sentir placer sexual al sufrir un accidente de coche? Parece que sí, tiene un nombre: sinforofilia.

En mi búsqueda de personajes femeninos en la historia de la literatura erótica, no esperaba encontrarme con Catherine Ballard, esposa de James Ballard. Este matrimonio treintañero comparte un peligroso fetichismo: sienten atracción por los accidentes de coche. Estos personajes tienen el mismo apellido que el autor de la novela, supongo que así hizo un guiño para la consolidación del término “ballardiano” con el que se refieren a sus novelas de ciencia ficción. Para averiguar qué pasa por las cabecitas de los personajes con una personalidad tan fría como el metal, me reuní con Catherine en un desguace. La encontré sentada al volante de un descapotable arrugado.


—Hola, siéntate a mi lado —me dijo—. Este es el mismo modelo de coche que en el que murió James Dean, un Porsche biplaza.

—Catherine, ¿te gustan los coches rotos?

—Sobre todo si los destrozo yo.

—¿Cuándo fuiste consciente de este fetichismo peligroso?

—Surgió de improviso, cuando mi marido sufrió un accidente de coche sentimos un morbo especial, una sensación nueva, una atracción inclasificable en el mundo que conocíamos.

—¿Por el placer de sentir dolor?

—No tiene nada que ver con el sado masoquismo. Éramos una pareja sin tabúes sexuales, nos ponía cachondos describir los encuentros con nuestros amantes mientras follábamos. 

—¿Los dos tenían amantes?

—No eran amantes fijos, simplemente si surgía follar con otra persona lo hacíamos, como cuando quedas con alguien para comer o tomar una copa. Sabía que Karen, mi secretaria, era lesbiana; le propuse ir a comprarnos ropa y dejé que me desvistiera en el probador, acarició las aureolas hinchadas de mis pezones y me besó. La cortina estaba entre abierta para que mi marido nos viera y se excitara también.

—¿Es bisexual? 

—Efectivamente, porque mientras me besaban o me penetraban tenía mis pensamientos en sensaciones metálicas.

—¿Qué quiere decir con eso?

—Desde pequeña me atraían los sonidos metálicos, el ruido producido al golpear metales, que son agudos, brillantes y resonantes. Me gustaba acariciar los instrumentos de metal de la orquesta del colegio, el trombón era mi preferido. También me excitaba pasar la mano por las carrocerías de los coches, por sus abolladuras… En los años 70, Londres vivió una gran proliferación de automóviles. Me gustaba que mi marido me follara agarrada a la barandilla metálica de nuestro balcón mirando el río de coches circulando por la autopista del aeropuerto. Mientras la encajaba desde atrás, le pedía que me contara su último escarceo sexual, que me contara cómo se había corrido y con quién. Él lo hacía susurrándomelo al oído mientras yo gemía imaginando los coches en la autopista como un río de semen. 

—Ya conocemos su atracción por los metales. ¿Cómo surgió la pasión por los accidentes?

—James, mi marido, sufrió un accidente y le llenaron la pierna de sujeciones metálicas. Estando en la cama del hospital le acariciaba las heridas y los tornillos de las prótesis, me excitaba mucho. Allí conoció a otras personas que sentían atracción por follar en los coches, por ver accidentes de tráfico e incluso provocarlos.

—¿Le pareció normal?

—Quería sentir esa atracción que parecía el summun del placer. Llegó un momento que formamos un grupo con mucha afinidad. Robert Vaughan era el precursor, hacía las fotos en el hospital a los accidentados y ofrecía espectáculos donde reproducían accidentes de coches de actores famosos como el de James Dean o Jayne Mansfield. Los choques eran reales, los conductores salían muy mal heridos o muertos. Decía que su proyecto era remodelar el cuerpo humano mediante la tecnología. Me explicó:


Todo esto es el futuro, formas parte de él, estamos atrayendo hacia nosotros una psicopatía benevolente. El choque de un automóvil resulta al final un hecho más fecundo que destructivo, es una liberación de entrega sexual que media entre la sexualidad de quienes han muerto, con una intensidad que es imposible de alcanzar en cualquier otra forma. Experimentar eso, vivir eso, ese es mi proyecto.


—Catherine, quizá usted no es consciente de que fue una pionera de la corriente artística conocida como futurismo italiano, concretamente en la idea del hombre mecanizado, una relación simbiótica entre el ser humano y la máquina: mecanizar al humano y humanizar a la máquina.

—Estaba como anestesiada, perdida en la búsqueda del placer sexual. Pensar en sufrir un accidente me daba un chute de adrenalina.

—Y además también le excitaba fantasear con su marido incitándolo a tener relaciones homosexuales con Robert en el asiento de su descapotable.

—Una noche, después de una persecución en los coches, me encontraba muy excitada. Robert aceleraba y me chocaba por detrás, cómo si su coche fuera la prolongación de su pene y necesitara restregarlo por todas partes. Al llegar a casa, mi marido me sodomizó lentamente sobre nuestra cama; no pude reprimirme a narrarle con alevosía:


Robert se tiene que haber follado a muchas mujeres en ese coche tan grande, parece una cama con ruedas, lleno de semen y sangre. Me he fijado que Robert está lleno de cicatrices. ¿Te gustaría follártelo en ese descapotable? ¿Le has visto el pene? Creo que lo tiene lleno de señales por un accidente de moto, esta operado de fimosis… Imagina el aspecto de su ano… ¿Te gustaría sodomizarlo? ¿Te gustaría meter tu pene por su ano? Descríbemelo. ¿Lo besarías? Dime cómo le sacarías el pene y lo mamarias. ¿Has mamado alguna vez un pene? ¿Sabes que varían de sabor? Unos son más salados que otros.


—Parece que, para ustedes, los accidentes de coche son lo más importante de sus vidas. Habría que explorar las zonas más oscuras de la psique. Son adictos a esa droga y cada vez necesitan una dosis mayor.

—La prueba de que es lo más importante de mi vida, es que estoy dispuesta a morir para alcanzar el placer sexual.

—Pensaba que conocía todo sobre el voyeurismo, pero ustedes practican un voyerismo asqueroso, les gusta mirar a gente deformada o con miembros amputados por los accidentes de tráfico. 

—Mi marido y Robert pasaban muchas horas circulando por la autopista del aeropuerto. En una ocasión que iba con ellos, llegamos los primeros a un accidente. Robert sacó su pene semi empalmado y orinó en el radiador humeante, después contempló a la mujer muerta y…

—No siga por favor, lo describe con una frialdad aterradora.

—Para nosotros es placer, luego cuando follamos imitamos las posturas de los accidentados y recordamos la mezcla de fluidos corporales con el aceite o líquido de frenos. La obsesión de Robert era conseguir fotos de accidentes de famosos. Con Elisabeth Taylor iba mucho más allá porque la perseguía y se acostaba con todas las mujeres que se parecían a ella.




Actores de la película “Crash” de David Cronemberg




—Creo que su marido, James Ballard, se convirtió en un fiel seguidor de Robert…

—Robert Vaughan quería que fuera su sucesor. James aprendió rápido. Cuando conducía con una mano, con la otra manejaba mi vulva, aprisionaba y restregaba mis labios unos contra otros y acariciaba el clítoris hasta que me corría manchando todo el asiento; después esparcía mi flujo por el panel del auto. En otra ocasión me penetró sobre el capó y me dijo que me pusiera en cuclillas para recoger su semen con su mano. Lo llevó durante mucho tiempo mientras andaba entre los coches aparcados.

—¿Usted también se acostó con Robert?

—Me recosté con él en el asiento trasero mientras mi marido metió el coche en un túnel de lavado. James lo describió así:


      Catherine se tendió con las piernas separadas, Vaughan apretó sus cicatrices contra la boca de ella. Sentí que el acto mismo era un rito, desprovisto de sexualidad común, un estilizado encuentro entre dos cuerpos que recapitulaban episodios de movimiento y colisión. Catherine apenas parecía advertir la presencia de Vaughan, sosteniéndole el pene con la mano y deslizándole los dedos entre las nalgas como si no sintiera ninguna emoción. Me pareció estar viendo a dos seres humanos semimetálicos, de un remoto futuro… yo hubiera querido prepararlos para el coito, guiando el pene hacia el recto estrecho. Hubiera querido ajustar los contornos de los senos y caderas de mi mujer al techo del auto, celebrando el matrimonio de los cuerpos con la tecnología benigna.







—Es la primera vez que encuentro en una novela descripciones pornográficas alternadas con un relato poético. Su escritor es capaz de conjugar las felaciones, las penetraciones y el semen con los reflejos de luz a través de la espuma en los cristales.

—Cuando Robert penetraba mi ajustado ano, pensaba en el movimiento de los pistones en los cilindros del motor.

—Señora Catherine Ballar, la dejo sentada en el descapotable, seguro que nuestra conversación le traerá agradables sensaciones y esparcirá su flujo por la pantalla del panel de instrumentos de este Porsche.


Destrozar coches se convirtió en novedad, de hecho, a J.G. Ballard se le ocurrió la trama de su novela cuando contempló en el Laboratorio de Arte de Londres, una exposición de coches rotos, y cómo el público disfrutaba golpeándolos. Al comienzo de los años 80 surgió La Fura dels Baus, una compañía de teatro y performances calificada como Teatro de fricción. En su primera obra, asistí a la performance en la que dos hombres trajeados rompían un coche con hachas. El público sentía la violencia y el peligro con una descarga de adrenalina.  


Tanto en la novela de J.G. Ballard (1973) como en la película de David Cronenberg (1996) se pueden emplear los adjetivos: recomendable, repugnante y perturbadora. El público reaccionó con rechazo, aunque la película, ahora considerada de culto, sorprendió entre otras cosas por las escenas sexuales y vocabulario explícito de actores famosos: James Spader, Holly Hunter, Elias Koteas, Deborah Kara Unger y Rosanna Arquette.






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