GEOGRAFÍA NÍTIDA. Memoria ocre, por Vicente Llamas










"El otoño vendrá con caracolas,

uva de niebla y montes agrupados,

pero nadie querrá mirar tus ojos ..."

(Alma ausente, García Lorca)



Hace exactamente un año que exploro la tierra que escogí para habitar (la exactitud, como todo énfasis humano, obedece a una razón esquiva).

Una tierra precaria que ya vislumbrara.


He escarbado en ella, no para enterrar aún algún muerto amado (un año es cantidad de tierra suficiente para sepultar a un muerto, oquedad bastante amplia para servir de fosa a alguien cuya voz, más tersa, pero no más viva, atraviesa lluvias, noviembres, oscuros insomnios de rosas que tropiezan con los sueños de antes, pero no alcanza las ciudades donde los hombres sólo saben las palabras opacas que consume el fuego antiguo).

Cuantos seres traje conmigo a esta región convulsa siguen erguidos, poblando la muerte con pájaros y hojas para disimular su demora.


He asomado a sus aguas oscuras, sin arpas olvidadas ni golondrinas que nunca regresan, para contemplar las caprichosas formas que adopta la caliza en su interior, dando hueso a ese mundo reciente. Llevo incierta cuenta de los ciclos subterráneos, los rencores que perduran sordamente en la entraña, de cada año futuro que se desliza hacia la nostalgia y pesa en el corazón inmóvil del olvido (si está hecho de luz o de fatiga).

De la lejanía, enredada en sombras que no dan peso al nombre. De las pálidas aguas a las que se remonta el olvido, las ausencias a las que se transmite mi latido, sin desviarse nunca de falsas manos, de ruidos muertos (dónde abrir y dónde no pozos artesianos).


Con la minuciosidad de un cartógrafo, he anotado los regs y las desidias, fechado los hábitos de lluvias nómadas (nunca se quedan en el sitio donde duermen, quieren vivir a lo lejos, donde nadie sepa su rumor amargo, susurrar cosas vagas, atadas con mechones de noche para no derivar en la nada).

He anotado la quietud de dunas sedentarias, sondeado los cursos del inútil vuelo y el afán de criaturas aterradas, los ojos desmesuradamente abiertos, seco el remordimiento, llenos de una bestia inmemorable, el deseo.


En áreas desoladas y en las feraces comarcas del este, donde la espiga es más neta y la alondra menos árida, se posa mi alma como un fruto golpeado en el que resuenan los pasos torcidos que buscan un destino de cenizas, los surcos de arroyos sedientos y las especies de derrubios que ayunan en sus cuencas. El régimen estacional de lágrimas que tientan las laderas, las formas exquisitas que arruinan el deseo.


Llevo buen registro de torrentes y rieras, de madrigueras y páramos y tardes de una desnudez indecisa, parecida a las cosas cuando se agitan y enmudecen y muestran su frágil norma.

En mi cuaderno de tapas amarillas.

Que no es cuaderno de naufragios, sino de horizontes.

Comentarios

  1. Como siempre una literatura muy bella, pero demasiado oscura para personas que no tengamos tu sensibilidad o tu mente posiblemente algo atormentada

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