RELATOS DE UNA MOSCA, El cuento de la navidad, por Pedro H. Martínez

 




Hace frio, si, incluso yo, mosca, puedo sentirlo. Las tardes son más cortas, solo calienta la calefacción de la casa. Apetece quedarse pegado al cristal de la ventana mientras el sol derrite pensamientos. Una vez se va el sol por donde no alcanzo a ver, me acurruco entre las largas varas de los radiadores de la casa. Cuando rechinan en mi mirada las luces de Navidad, se cuelan en mi diminuto cerebro como si Luke Skywalker o el maestro Yoda, o el mismísimo Obi-Wan Kenobi metieran la punta de su espada, el sable de luz, en mis diminutos ojos, y cada haz de luz en un tono distinto.


Y vuelvo a salir, al ver entrar en la casa, entre risas y cantos, personas, y más personas, todas con olor a fiesta, el horno se enciende, la cocina se llena, no solo de utensilios, sino también de personas, y salgo de mi pequeño letargo, con alegría tibia. Me gusta amodorrarme entre gotas de Baileys y turrón, o de limoncello y pequeñas migas de panettone, o… Sí, soy una mosca golosa, aunque a mi edad, ser “golosón” como una sandía es de las pocas cosas que me quedan. 


Embriagado, como cada Navidad, recuerdo el Cuento de Navidad que nunca se contó.


“Faltaba un día para abrir la feria de Navidad en la ciudad. La plaza donde se colocaba todos los años estaba desbordada de profesionales de montaje. Iluminadores, carpinteros, pintores, exterioristas… Había grúas, escaleras, cajas de herramientas, furgonetas… A mediodía debía quedar el montaje hecho, ya que los artesanos y comerciantes llegarían a primera de la tarde para el montaje de sus productos en las carpas que les habían asignado. Finalmente, colocaron una alfombra de terciopelo rojo, todo estaba limpio, a pesar de todo, la alfombra fue protegida por una plástico negro que la cubrió por completo. 


Todos caminaban sobre el plástico, con sus cajas de cartón llenas de objetos, de productos, de dulces… Desde mazapanes y cordiales a belenes y postales, desde cuadernos y libros a jabones y perfumes, desde quesos y vinos a pendientes y collares… Todo empezaba a relucir. 


El sol se marchaba, así que era el momento de probar las luces, todos seguían a lo soyo, montando, probando, exponiendo… Cuando se iluminaron los puestos, todo tomó el color más bonito del mundo: el navideño. Mis ojos, llenos de prismas, retienen cada uno un color, donde destacan colores como la solidaridad, la esperanza, el amor, el compañerismo, el “toma mi mano”, “prueba mis dulces”, incluso “te voy a besar que estamos bajo el muérdago”. Colores que os hacen brillar de una manera distinta.


De repente, un bodeguero que exponía en la feria sus vinos dulces, calientes, con sabor a frambuesa y manzana, gritaba en mitad de la feria, mientras empujaba dos toneles con los pies, “¡ya está aquí el vino, el buen vino, no os olvidéis pasar por el puesto-taberna de la feria…!, ¡para todos los artesanos y comerciantes, una copa de vino caliente para soportar el frio!”.


En ese instante, un despistado tropezó con uno de los toneles, haciendo que se desviara y chocó contra una de las farolas, El golpe provocó que el argallo y el fleje de la testa se soltarán, descompensando todo el barril, por lo que el témpano o fondo saltara y todo el vino dulce se derramara sobre el plástico negro que cubría la alfombra de terciopelo rojo, cuatro arrobas de vino.


Todos corrieron para tratar de que no se filtrara hasta la alfombra el líquido dulzón, pero fue imposible. Cuando quitaron el vino que había en el plástico y comprobaron la situación de la alfombra, retirando la cubierta “impermeable”, comprobaron que el vino se había filtrado y manchado toda, toda, toda la alfombra de terciopelo. El olor era fuerte e intenso a vino dulce. Intentaron empapar el vino, pero la alfombra roja ahora era tinta, así que decidieron que a la mañana siguiente quitarían la misma. No podían hacer otra cosa.


Una mosca, vieja y sabia, se acercó hasta la alfombra, una vez que las luces se apagaron y que las personas se marcharon, y comprobó la dulzura del vino. Lo libó y gritó “tengo una idea”, mientras se frotaba una pata por las “sensilias” de las antenas, a lo Viky el Vikingo. Para aquellos que no lo sepan, las moscas olemos a través de unos pelos sensoriales, llamados sensilias, situadas en las antenas.


Esta vieja mosca, llamó a otras moscas que abandonaron el calor del hogar y acudieron en masa hasta la feria a oscuras. Y así, todo se llenó de moscas, llegaron de poblaciones vecinas, todos saben que volamos a una velocidad media de 7 a 15 km/h, pero algunas grandes y entrenadas pueden llegar a alcanzar los 74 kim/h, no sostenidos, pero si en picos de velocidad. Aquella noche, no paraban de llegar moscas, todas a libar, el objetivo era limpiar toda la alfombra de vino dulce. Claro, necesitaban millones de moscas, porque con dos gotas de vino, caían borrachas.


La vieja mosca, estaba subida a una rama de la flor de Pascua más grande de la feria, desde allí veía ir y venir moscas, las veía llegar volando y salir a seis piernas (licencia que me permito, ya que ustedes hubieran dicho a dos patas). 


Estaba a punto de amanecer y sería el momento de comprobar cómo había quedado la alfombra, si el esfuerzo había merecido la pena, o si por el contrario, había sido una noche de color más de borrachera que de solidaridad. La vieja mosca miraba, pero los ojos, todos y cada uno de ellos, se le negaban a dar crédito a lo que veían.


Llegó un joven policía municipal hasta la valla de apertura, quitó candado y la cadena que cerraba el recinto, cuando miró a su interior, el color rojo de la alfombra de terciopelo brillaba, no se lo podía creer. Salió corriendo mientras gritaba “¡Milagro, milagro, la alfombra está impecable… milagro!”. No tardó en volver con más personas que celebraron el milagro. La vieja mosca al escuchar a las personas gritar de alegría pudo abrir sus ojos y voló hacía el revuelo de personas, chocando, de cansancio, contra la cara del joven municipal, que la atrapó, cuando iba a aplastarla, la miró de cerca, y comprobó que el color negro de su cuerpo era rojo, quizás por el vino, y que era tan vieja que los pelos de sus antenas eran blancos. El joven la miró y le preguntó “¿has sido tu?”.


La vieja mosca salió volando y se perdió entre árboles”.


Y esta es la historia que nos regalamos en Navidad, donde todos juntos, sin preguntar el por qué, ni para qué somos capaces de obrar milagros. ¿Y tú?, ¿crees en los milagros? Pues, cuidado que la mosca Noel está cerca de ti.


Comentarios

  1. Cómo se nota que te gusta la Navidad y el vino !!! 👏👏👏

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