Et in Arcadia ego, por Concha Lavella
De un viejo sol maduro,
granos rojos por dentro,
se fragua dulce y tersa.
Envuelve su mundo
de alianzas
guardadas sin tregua.
Un día Perséfone probó sus delicias,
la lengua del canto se encogió en perlas.
Un dios pequeño les habita dentro.
Queda su fino pergamino
Registrado.
Da acordes íntimos.
La primavera les da
su ritmo de silencio.
Refleja impulso
Grana de nada en
Nada
Se afana.
Es y sigue bella.
Aún granate entre hojarasca.
Me da su flor entre mayo y más mayo
Y verdea
Verdea su verdad.
Almáciga es su señal
Música entretejida, violonchelo de Bach.
No se sabe cuánto tiempo permanecerán encerrados
sus habitantes de cristal.
Cuando sus días acaban
el huerto vibra en amarillo.
Le arropan verdes naranjos,
verdes olivos,
verdes de lavanda,
ocres de hojas
de albaricoque,
higuera.
Chopos.
Contrasta el jazmín,
el rosal blanco.
Una musa perdida cuenta amores
lejanos entre sus labios.
Redonda cima es Venus
invita a su desnuda piel.
En la oscuridad
la luna de diciembre la enjuga libre
de carne que le trasciende,
blanca entre las sábanas de su antiguo amante
mientras busca “el Preludio a la siesta de un
fauno de Debussy" .
Los pequeños elohims saltan por las raíces que asoman por los troncos descamados.
Y una brisa tenue derrama sus leves hojitas de las ramas que amarillean
el entramado del pequeño universo del Fauno extraviado.
Una mano invisible moldea el paisaje para entrar al invierno de grises y blancos.
En el centro un pequeño fuego
y tus besos derramados mantienen
mi cintura entre tus brazos,
estirada mi espalda va llegando al éxtasis
entre figuras de contornos y sombras del oro
fraguada su naranja, la oscuridad y su llama.
Me reencuentro. Llamarada otoñal.
Cúspide balanceada.
Nada
Nada es más chispeante que el rozar de tu espalda,
regresar de nuevo, tintinear, bailar.
Bailas y me deslizo sobre tu cuerpo.
Un granado puede ser sólo el comienzo.


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