PUNTO DE FUGA. Llegó el décimo, por Charo Guarino.





Aunque no siempre lo ha sido, el mes de diciembre (el décimo, de ‘decem’ en latín) es desde1582 —cuando el papa Gregorio XIII instauró el calendario gregoriano, que rige en la mayor parte del mundo— el último del año. Antes lo fue febrero, que recogía en sus postreros días el fin de ciclo anual y daba paso a la florida primavera, inaugurada por un mes de marzo dedicado a Marte (de ahí su nombre, y el del adjetivo marcial) en el que el ejército romano acostumbró durante una significativa sucesión de años a iniciar su campaña militar en busca de nuevas conquistas territoriales sobre las que extender, con sus dominios, la lengua del Lacio, madre de esta con la que hoy nos comunicamos y de todas las llamadas ‘lenguas romances’, entre las que se incluye. 


La palabra ‘siempre’ es engañosa. Las cosas y circunstancias mutan, ajenas a nuestra percepción y sin que casi nunca tengamos posibilidad de impedirlo. La metamorfosis nos habita y se opera ante nuestros ojos, y precisamente en ella radica la esperanza del cambio, por más que para algunos parezca vedada.

Una carpeta en mi ordenador con la caduca y paradójica denominación de “actualidad” contiene archivos que no había vuelto a ver. Data de 2011. Desde luego no es la más antigua, pero han transcurrido ya cerca de tres lustros sin que esa caja de Pandora se abriera. Otro tanto ocurre con al menos el 90 por ciento de las fotografías que casi compulsivamente hacemos a diario, hijas de Saturno, pero también de Urano, destinadas a las entrañas de un producto electrónico que en el mejor de los casos regurgitará fugazmente alguna de ellas en el momento menos pensado y quizá más oportuno, activando el mecanismo de la memoria y resucitando vivencias que quedaron congeladas en la luz de un instante antes de sumirse en la oscuridad de lo que permanece oculto. En este afán mío, que tanto me recuerda a Sísifo, por poner un orden a mi alrededor en lo físico y en lo virtual que se rebela entrópicamente, en consonancia con mi propio interior, pero en el que persisto con testaruda tenacidad, hallo perlas valiosísimas, trampas que iluminan mi dispersión al tiempo que la justifican, alimentando mi insaciable curiosidad.






En esa combinación de cal y arena que es la vida, echando la vista atrás, poniendo en la balanza los hitos que han marcado el año, contemplo que esta vuelta al sol ha sido para mí luminosa en ciertos aspectos, aunque también ha tenido días ominosos en que su fluir ha sido renqueante por motivos varios.

Ha quedado atrás por fin prácticamente toda la ferretería ambulante que acompañaba mis pasos, aunque no fue fácil conseguirlo para el cirujano, que debió abortar la operación la primera vez y claudicar la segunda ante la impertinente pertinacia de tres tornillos que han perdido la cabeza pero siguen, ya inútiles, aferrados como un ancla con obstinada abnegación en el lugar para el que parecen haber sido concebidos. Cómo se parecen, ¡ay! a ciertos individuos. 


Esta situación no ha sido impedimento para que haya podido viajar a lugares conocidos y desconocidos, algunos de ellos sueños que se internaban en la noche más lejana de mis recuerdos, como Estambul, la ciudad de los tres nombres, o a Viena y Budapest, que la historia unió en sucesos de distinto cariz en su devenir, pero, sobre todo, a Barcelona, que a manera de uroboros ha sido mi primer y último destino este año, en busca del abrazo de mi madrina, que, como a Anteo la Tierra, me devuelve a mi raíz. Vuelvo complacida del encuentro, al comprobar que su deterioro natural no ha avanzado como temía, y se muestra compasivo y benigno al darle una tregua.


A lo largo de 2025 he conocido a algunas personas y he tenido ocasión de reencontrarme con otras, como mis queridos poetas Iosu Moracho, que vino desde Pamplona a deleitarnos con su palabra, o a los vecinos del sur, Perfecto Herrera y Diego Alonso Cánovas, siempre cercanos y solícitos. Y de compartir por whatsapp palabras de aliento y besos y abrazos de las más bellas categorías, en los que es especialista mi querida Aurora Gil Bohórquez, con mis seres más queridos, y, aunque no todo el que quisiera, también he podido compartir con ellos tiempo y espacio. 

Mi libreta personal dedicada al efecto ha incrementado su lista de personas sinequanon. Me resisto a utilizarla como recordatorio de las que deben ser evitadas. Creo que todos merecemos una oportunidad de mostrar que estamos en este mundo para algo positivo, y huyo de los estigmas incluso cuando algunos demuestran insistentemente que conviene tenerlos lejos. Me quedo con aquellos que me insuflan alegría con su sola presencia o hasta con su mero recuerdo, y con los ratos junto a mi padre, menos, seguro, de lo que precisa.

Van llegando a su fin misiones que he procurado llevar a cabo lo mejor que he podido y sabido, y ya diviso en un horizonte que se aproxima vertiginosamente el Congreso Nacional de Estudios Clásicos, que según lo previsto tendrá lugar en Murcia en el mes de julio de 2027 y que sin duda nos aportará mucho bueno, aunque también requerirá de una buena dosis de energía y entusiasmo y cruzamos los dedos con prevención para que el cóctel formado por la canícula, esa fecha y esta latitud nos sea leve.


2026 se anuncia con ilusionantes proyectos. Me esperan en enero nuevos estudiantes de primero del Grado en Filología Clásica que estrenan el año al poco de haber estrenado también el curso en una igualmente recién estrenada titulación, que algunos no finalizarán pero que marcará de algún modo unos años cruciales en su vida. Volveré a mis filósofos, y a Cicerón y los elegíacos latinos, o al amor en la literatura grecolatina del máster en Literatura Comparada Europea, y me aguardan también proyectos literarios y artísticos. Poco a poco se devana todo, estos días desde casa, mientras en la habitación de al lado mi hija apura los últimos días antes de su examen MIR. Me gusta esta forma de hacer hogar, compartiendo palabras y respirando el mismo aire con objetivos en perspectiva que supondrán, de nuevo, anheladas metamorfosis.


En la carpeta supra mencionada, un artículo de prensa recoge una entrevista a la eurodiputada Cristina Gutiérrez Cortines, que fue Catedrática de Historia del Arte en mi Universidad reivindicando el fomento de la formación y la investigación. 


Se preparan elecciones al Rectorado, y en mi Facultad, la de Letras, el equipo decanal que acaba de tomar posesión de su responsabilidad, con Carmen Pujante a la cabeza (la segunda decana mujer en su centenaria historia, antigua y brillantísima alumna mía en el pasado, hoy flamante catedrática y apreciada compañera), ha venido a sustituir al capitaneado por mi amigo José Antonio Molina Gómez, desde mi experiencia el más ilustrado —sin pretender ofender ni hacer de menos a nadie— de cuantos ha tenido y seguramente tendrá en el próximo siglo la Universidad de Murcia.


Nos aguarda un horizonte solo en apariencia nuevo. Una nueva página en blanco en la que intentar escribir, deseablemente con buena letra y pocos tachones. Porque la opción del borrón y cuenta nueva no siempre es posible, y para muchos ni siquiera es una opción. La creciente e imparable decepción ante la clase política de todo signo, y sus actitudes egoístas y ególatras, los crímenes más nefandos que muestran lo peor del ser humano: la violencia connatural a las guerras, la incomprensible crueldad con los débiles, el empeño que para unos pocos es necesidad en que haya desfavorecidos a los que pisotear sin piedad para medrar sobre ellos y a su costa, oscurece cualquier panorama y requiere de una fuente inagotable de optimismo para creer en que todo puede mejorar, y no dejar de poner de nuestra parte lo que esté a nuestro alcance. 


Puedo concluir, por lo que a mí respecta, que bien está lo que bien acaba, aunque cuando otros ojos vean estas palabras aún le quedarán al año ocasiones para que algo, o casi todo, cambie. Que sea siempre para mejor, y que, si no hay suerte mañana en la lotería de Navidad para quienes hayan comprado algún décimo, les/nos acompañen la suerte en la salud y el amor. Ahí es nada.

Por último, un solo verbo, que no admite el imperativo, pero que debería poseer en exclusiva un nuevo modo, el ‘recomendativo’: lean. Tal vez una de las pocas palabras a las que va como anillo al dedo el adverbio ‘siempre’. Y, si no pueden o no quieren —que de todo hay en esta viña y nada debe extrañarnos, por ajeno que nos resulte—, ojalá cuenten con alguien que lo haga por ustedes, y tengan la dicha de experimentar el adictivo placer de la lectura, sea activa, pasiva o media.


¡Feliz Navidad!



Comentarios

  1. Inestimables palabras que recorren los pasillos poéticos.
    Dejan una luz y silencio al pasar de una narrativa a otra.
    Da una esencia antigua y fresca de piedras de templos de Hera.
    Cualquier comentario se pasea entre las columnas de Atenas.
    Leerte es una contemplación

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