UNA HEROÍNA PARA UNA REVOLUCIÓN, por Isabel María Abellán
Jean Baptiste Henry. Dieciocho años, sastre. Condenado por haber cortado un árbol para uso propio. Ejecutado.
Marie Angélique Plaisant. Costurera. Condenada por hacerse llamar aristócrata. Ejecutada.
Estos son sólo dos de los nombres de las 17.000 personas ejecutadas durante el Terror Jacobino que tan sólo duró un año, (1793-94). Pero otras 50.000 murieron en prisión o durante las revueltas callejeras.
Los jacobinos aprobaron una ley por la que podían ejecutar a cualquiera que fuera sospechoso de ser enemigo de la Revolución.
Y el problema era que, para Marat, sospechosos de ser enemigos de la Revolución eran casi todos los franceses. Todos conocemos a Marat por el precioso cuadro que Jacques-louis David pintó convirtiendo su muerte en un icono revolucionario. Marat, que sufría una enfermedad sobre la que los estudiosos todavía no se ponen de acuerdo, posiblemente una psoriasis, sólo conseguía calmar sus dolores sumergiéndose en una bañera con agua templada. De esta forma, sobre una tabla, él seguía trabajando. Marat no era sólo uno de los líderes de los sans-culottes, era el redactor jefe de un periódico llamado L’Ami du Peuple, y el principal ideólogo del terror jacobino. Él era el que cada día, desde la humedad de su bañera, publicaba la lista con los nombres, a veces más de 200, de los que al día siguiente debían ser ejecutados. Para hacernos una idea de hasta dónde llegaba su locura, consiguió que Charles Sanson, el verdugo, rebanara en París más de 8.000 cabezas en apenas dos meses escasos, entre ellas la del propio rey, Louis XVI.
Y ahora, mi heroína: Charlotte Corday.
Desde muy joven leyó a Voltaire, a Montesquieu y a Rousseau. Era, por lo tanto, una mujer convencida de la necesidad de hacer una revolución que pusiera fin al sinsentido del Antiguo Régimen. Pero como muchos franceses, ella observaba cómo los jacobinos, con sus desvaríos asesinos, iban a conseguir acabar con la misma revolución que decían defender.
Yo creo que todos sabemos lo que hizo, pero me encanta contarlo, es mi pequeño homenaje a una mujer que dio su vida por la Francia en la que ella creía.
Charlotte Corday viajó a París sola desde Caen. Nunca había estado en esta ciudad. Previamente le había escrito dos cartas a Marat, de las que nunca obtuvo respuesta, pidiendo que la recibiera. Pero esto no la hizo desistir. Buscó el número 18 de la rue des Cordeliers y llamó a la puerta. Tuvo que insistir hasta que consiguió que la criada le abriera. Ella le explicó que había viajado desde muy lejos para contarle algo a Marat de suma importancia para la revolución. La criada le negó la entrada, pero ella insistió:
“Quiero hablar con el amigo del pueblo”- Dijo elevando mucho la voz.
Marat la escuchó y pidió a su ama de llaves que la dejara entrar.
Lo encontró, como era de esperar, metido en su bañera, escribiendo para su periódico y con un turbante empapado en vinagre sobre su cabeza. Marat le pidió los nombres de los diputados girondinos refugiados en Caen y le dijo a continuación:
“En menos de ocho días irán todos a la guillotina.”
Fue entonces cuando Charlotte Corday sacó el puñal que ocultaba bajo su camisa y lo clavó de manera certera en medio del pecho de Marat, luego esperó a que la detuvieran. Llevaba entre sus ropas su acta de nacimiento para que pudieran identificarla cuando fuera juzgada.
Antes de morir guillotinada dijo:
“He matado a un hombre para salvar a cien mil”.
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