JUGANDO A CAMBIAR LA HISTORIA, por Isabel María Abellán







En esta segunda colaboración, y abusando de la libertad concedida por José Antonio Molina, me voy a atrever con algo que no se debe hacer porque es, precisamente, contrario a la Historia. Y es plantear qué hubiera sucedido si en lugar de lo que pasó, se hubiera tomado otra decisión.

En este sentido el juego más frecuente, y yo creo que inevitable, es el de preguntarse qué habría sido de la Humanidad si Hitler no hubiera suspendido en dos ocasiones, 1907 y 1908, por falta de talento y originalidad según sus profesores, el examen de acceso a la Academia de Bellas Artes de Viena.

Yo propongo hoy retroceder mucho más en el tiempo y preguntarnos qué habría sucedido si el monarca español, Felipe II, hubiera decidido NO elegir Madrid como capital de España.

Para explicar lo que habría podido acontecer, voy a detallar su impresionante herencia territorial por parte de padre y madre.

Se advierte al lector que esto puede resultar abrumador.

Herencia paterna (Carlos I):

La Corona de Castilla con sus posesiones en América que en esta época ya incluían la Península de Florida.

Las Canarias.

La Corona de Aragón y sus posesiones italianas: Nápoles, Sicilia, Cerdeña.

El ducado de Milán.

El Reino de Navarra.

El Franco Condado

Los Países Bajos, actualmente Bélgica y Holanda.

Herencia materna (Isabel de Portugal)

La Corona de Portugal con sus posesiones en América (Brasil)

Goa, Macao, Timor y puestos comerciales en la India y en el sudeste asiático.

Angola, Mozambique y Guinea Bissau.

Filipinas

Y se hubiera podido hacer más grande aún con la incorporación de Inglaterra e Irlanda si su segunda esposa, María Tudor, hubiera tenido descendencia. No obstante Felipe II, que fue rey de estos dos países desde 1554 hasta 1558, se tuvo que comprometer a respetar las leyes y los privilegios del pueblo inglés y a no pedir ayuda bélica o económica. Y si María Tudor fallecía antes que él, lo que sucedió, debía renunciar a todos sus derechos al trono.

Algo parecido le sucedió con la Corona de Aragón donde, muy a su pesar, y como le sucediera a sus antecesores, se tuvo que someter a sus fueros. Y si no, que se lo pregunten al Justicia Mayor de Aragón, Juan de lanuza, que se negó a entregarle a su ex secretario real, Antonio Pérez, que había huido a Zaragoza acusado de tráfico de secretos y corrupción. Pero los crímenes que Antonio Pérez hubiera cometido en Castilla no eran perseguibles en Aragón. 

Y ahora es cuando yo planteo mi juego, que es anticientífico, pero posiblemente interesante. 

Felipe II eligió como capital de España una pequeña localidad bien centrada en nuestra Península, Madrid, que en aquel momento todavía no era nada. En cambio, Barcelona, era una importantísima ciudad portuaria que controlaba una parte muy importante del comercio en el Mediterráneo y, si las capitulaciones de Santa Fe se lo hubieran permitido, también del Atlántico, pero Isabel la Católica decidió que América fuera una empresa exclusivamente castellana. 

Pero… ¿Y Lisboa? ¿Por qué no esta otra ciudad atlántica que controlaba un impresionante imperio comercial en todos los continentes conocidos hasta entonces? Felipe II heredó este reino en 1580, podría, de haberlo decidido, vincular para siempre los intereses de Portugal a los de Castilla y así, haber conseguido la definitiva unión de todos los reinos de la Península.

Pero esto nunca pasó y en 1640, una rebelión de la nobleza lusa puso fin, después de sesenta años, a la Unión Ibérica.

Esto último, sí sucedió.




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