Salto de pértiga, por Concha Lavella Clemares
Y me pregunto qué hago aquí, cada ojo por un lado. La boca. Los dientes. La falda manchada de sangre. Y mi marido con la mirada fija, pensando en meterme en su congelador.
De un salto junto mis trozos y aparezco en la celda del convento de Santa María. Rezo y ese arrobo místico me transporta a mi nombre: Inmaculada Concepción.
Ya nadie me podrá tocar y me siento tranquila.
En mis pies reconozco la tierra y las hormigas. Han pasado diez minutos desde que me has dado plantón. Recojo mis flores y las llevo al altar de mi habitación junto al lago de las aves migratorias de Estambul. Santuario de Aves Manyas. El lago Durusu.
Entre otras, la abubilla juega con mi infancia. Descubro entre los rosados celestes y el agua que siempre estuve aquí, que soy más ave que ese cuadro picassiano que cuelga en tu pared. Los que salen por tu calendario se equivocan de mujer. A mí, sin embargo, las alas me crecen día a día.
Cuando despierto en las aguas rosadas del lago Durusu, me sumerjo para sentir su agua fría y me doy testimonio de mi partida, de mi estación y de la sensualidad de mis plumas húmedas.
La sonrisa dibujada de mi alma es más grande entre aves de mi categoría. Damos libertad al porvenir de las que nacen ya sin prisa, vuelan hacia las tierras limpias.
Mi compañero es fiel y me da su vuelo.
Durusu es el lugar.
Quitas los platos del desayuno y limpias suavemente el suelo para luego darme el beso de un «Hasta luego, Amor» que no dices, cabrón.
Así que no me engañas. Te fijas en mis hormigas y no en el lago Durusu.
Buenas noches, Concha Lavella; me ha gustado tu escrito en 'Las memorias de Dulcinea...' y saber que 'las alas te crecen día a día'.
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