PASADO DE ROSCA. Una lectura de "La Fiesta del Chivo", por Bernar Freiria.
El Chivo, cuya fiesta relata Mario Vargas Llosa, es el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo que ejerció su poder tiránico desde 1930 hasta 1961, cuando es asesinado en un atentado ejecutado por antiguos trujillistas. La novela protagonizada por un tirano o que trata sobre él tiene una larga y fecunda tradición entre los escritores en lengua española, especialmente entre los nacidos a otro lado del Atlántico. Esto no puede sorprender, dado que desde la independencia de España la tradición de dictaduras militares en las antiguas colonias españolas ha sido una realidad demasiado presente. Ya en 1845, Domingo Faustino Sarmiento publica la que muchos consideran la primera novela de la lista: Facundo. En el siglo XX llegarían Valle Inclán con Tirano Banderas; Alejo Carpentier, El recurso del método; Roa Bastos, Yo, el supremo; Miguel Ángel Asturias, El señor presidente; García Márquez, El otoño del patriarca o Arturo Uslar Pietri con Oficio de difuntos como las más importantes con esta temática.
Vargas Llosa trenza en la suya tres relatos que acaban confluyendo hacia el final de la novela. Pero la figura central es el tirano sanguinario y moralmente vil que tiñe con su vileza toda la sociedad dominicana. El trujillismo es una mancha que se extiende por toda la república y que alcanza todos los rincones y estamentos del país. Vargas Llosa sabe verlo y nos cuenta a Trujillo no solo desde las apariciones del ridículo personaje de voz aflautada y aspecto atildado hasta lo grotesco. También aparece en cada una de las esferas de una sociedad que es permeada por la abyección del Jefe, del Generalísimo —imposible no recordar a otro Generalísimo de bigotito recortado, voz aflautada y ridículo atildamiento, no menos capaz de las mayores crueldades—. Novela de la masculinidad, del macho que define al dictador. Trujillo es el demiurgo de la sociedad dominicana entre los años 1930 y 1961, pero a su vez él mismo es un producto de una sociedad en la que unas determinadas relaciones entre los sexos configuran la personalidad del dictador, en su manera de ejercer el poder y en la crueldad, ambas muy vinculadas con la afirmación de esa clase de masculinidad. El odio del dictador a todo lo que se sitúa fuera de su línea de demarcación no es sino una proyección de su personalidad. Haberlo sabido ver y mostrarlo es una de las brillantes intuiciones de la novela.
Trujillo se nos muestra a través de los esbirros del dictador que se desviven por interpretar y satisfacer sus deseos. Esbirros fieles y trémulos servidores a los que paraliza la gélida mirada del Jefe, porque lo adoran y lo temen al mismo tiempo. Pero también se hace presente en los damnificados, los represaliados, los excluidos, los torturados y los desaparecidos que muchas veces ni siquiera saben por qué han caído en la desgracia que precipita su muerte.
Otro gran acierto de la novela es reflejar la debilidad marcada que los gobiernos dictatoriales tienen por los niños. Por captarlos y hacerlos adeptos a la causa, para que admiren al tirano como a un ser superior y, al mismo tiempo, por rodearse de ellos para impregnarse cínicamente de su inocencia.
El autor logra una amalgama perfecta de realidad y ficción. En la novela se narran hechos reales y muchos de los personajes que la pueblan también responden a la realidad histórica. Pero lo que Vargas Llosa escribe es una novela y en toda novela ha de primar la ficción. De ahí que aparezcan personajes ficticios mezclados e interactuando con los reales. Los personajes se nos revelan delante de nosotros sin que haya largos y farragosos párrafos abundantes en descripciones prolijas. Por el contrario, la prosa se desliza con extraordinaria fluidez y los personajes emergen de ella con nitidez y, sobre todo, con vida propia. Precisamente uno de los ejes de esa ficción es Urania Cabral y toda su familia. La peripecia vital de Urania y su relación con su padre y con el dictador contribuyen a revelar la epifanía del trujillismo y obran como un gozne de la novela. Hay más verdad sobre Trujillo y el trujillismo, esa forma feroz y omnipresente de ejercer el poder, en La Fiesta del Chivo que en cualquier tratado de historia. La literatura, la buena literatura, permite llegar más lejos y más profundo que los análisis cargados de plana objetividad a los que sin duda acudió Vargas Llosa para la ingente documentación que subyace a su novela. Esta se alza para construir una visión superior, más vívida y palpitante que los meros informes. Estamos ante una obra, que sin ser la mejor de Vargas Llosa, merece estar entre las mejores de las que se escribieron en el último medio siglo.
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