Escenas de Adviento I. La edad vacía, Vicente Llamas




Arrancar los colores, expulsarlos de las manadas nómadas de árboles que beben de ríos marchitos, del vaho que se alza de la tierra incierta, de la inútil intimidad de los muertos, hasta reducir el mundo a pavimento o muro seco, contornos indecisos por los que la luz desliza sin arraigo.

Expulsarlos de la violencia que germina en la sorda avidez de la nada, hecha ya edad vacía que los muertos atraviesan con pisadas huecas, recinto al que todo se arrastra para violar su prodigio, reducido el mundo a pasos desnudos que se hunden en la profundidad de la piedra.


Una suma de grietas y horas ciegas abre el pasado, la lenta desaparición de los lugares fúnebres, devorando pétalo tras pétalo, desnudando el aire, liso, despoblado de alas, hasta que sólo está vivo el sapo, sus andrajos, la sequía que nace de años de losas, de puertas abiertas por las que el invierno infecta los lechos, y la niebla, gigantesca sombra que todo lo rige, asediando casas inclinadas sobre el río como bueyes que abrevan.


Todo yace en ti, edad vacía, cuerpos vagamente nocturnos, saltándose estaciones, hechizos y mareas, hechos ya tiempo roto al que acuden los muertos para verse a sí mismos a través de actos irreales. Cuerpos vagamente humanos, infieles a la penumbra que les engendra o les asfixia, transparentan la angustia, el hambre que nunca se acaba, la sed que viene de oscuros pozos y no pertenece a nadie. Escalofríos de rosa muerta propagándose a través de mudas apariencias.


Contornos impacientes por los que la luz vaga como un animal sin memoria, y todas las horas quietas, enredadas en un eco sonámbulo que no avanza a través de lo dañado ... Impuro yo alado, atado a su caída sin tumulto, un dios lánguido que se consume y se regenera, pensándose eternamente a sí sin llantos en los que ahogar la rosa enferma.


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