LOS SONIDOS Y EL TIEMPO. Vargas Llosa, la música criolla y el chunda-chunda, por Gabriel Lauret
Cuando escribes sobre música en un blog literario, fallece un escritor universal en lengua hispana y tus compañeros se lanzan con alegría y entusiasmo a dedicar una publicación monográfica a su memoria, te puedes ver en un compromiso del que, en ocasiones, no sabes cómo salir. La verdad es que no tenía conocimiento de si Mario Vargas Llosa había inspirado obra musical alguna y, al no ser poeta reconocido sino novelista o ensayista, consideré sin mayores indagaciones que tampoco debería haber canciones, al menos dentro de la llamada música culta, que musicalizaran esos textos. Por todo ello descansaba tranquilamente hasta hace pocos días, afrontando una semana libre de obligaciones literarias.
Pero el descanso es muy peligroso. Comencé a investigar sobre el escritor peruano y a buscar sus posibles conexiones musicales, y encontré algo que me pareció muy interesante: el tema elegido por don Mario para la que sabía, dada su avanzada edad, que sería su última novela, tenía a la música como protagonista. Le dedico mi silencio narra la historia de un hombre que soñó un país unido por la música, la música criolla, una musica tradicional que proviene del mestizaje entre danzas europeas con influencias indígenas y otras provenientes de África, y dentro de este tipo de música, muy concretamente, el vals peruano. El propio escritor, en un documental que narra su viaje de reencuentro con los lugares que describe en la novela y que no había visitado desde su infancia, explicaba que el origen de este vals bien pudo ser la fusión entre un baile que erróneamente califica como español, la zamacueca, ya de moda a comienzos del siglo XIX en el Perú, con la llegada del vals vienés a mediados del mismo siglo. Para Vargas Llosa, el vals en su país había escalado paulatinamente cada uno de los escalones sociales, desde las clases bajas hasta la aristocracia.
Ya que no conozco en profundidad la música tradicional peruana, creo que el mejor homenaje que puedo hacer sobre Vargas Llosa es reflexionar sobre este concepto que reservó, después de toda una vida plena, intensa y agitada, para su última obra: pensar que una música, la música tradicional, puede ser el aglutinante de una sociedad.
Es evidente que la música ha servido y sirve como nexo de unión nacional. Para esos están los himnos, algunos tan poderosos en despertar sentimientos patrióticos como La marsellesa, posiblemente el mejor de todos ellos, que sirvió para que el pueblo marchara contra la opresión de los borbones, aunque también para que el ejército francés invadiera Europa guiado por un pequeño capitán ascendido a emperador. “Va pensiero”, el famoso coro de la ópera Nabucco de Giusseppe Verdi, tuvo una gran relevancia por las analogías entre el pueblo hebreo exiliado en Babilonia y el italiano que buscaba la unidad nacional y la soberanía frente al dominio austríaco. Pero el tipo de música al que alude Vargas Llosa es distinto. No hablamos de melodías identificables, sino de un estilo de música con el que todo el pueblo que conforma una nación se puede reconocer.
La semana pasada se celebraron las Fiestas de Primavera en Murcia, la ciudad en la que habito. Cada año me resulta fascinante la paradoja entre la multitud vestida con el traje tradicional huertano, mientras que la música que debería hacer juego con la indumentaria ha sido sustituida principalmente por un chunda-chunda inmisericorde, con el que, a los hechos me remito, la sociedad se identifica más. Días después, en un desfile pude escuchar algo parecido al “Canto a Murcia” de La Parranda, zarzuela de Francisco Alonso, casi irreconocible, aliñado generosamente con chunda-chunda, como el ketchup con las hamburguesas. Podría asegurar que el noventa por ciento del desfile estaba ambientado con chunda-chunda en estado puro.
Tampoco me sorprendió. Tengo que decirles que cada vez noto más el distanciamiento de la sociedad con la música tradicional, con el folclore, y esto se ve reflejado incluso en cierto desconocimiento por parte de los alumnos de los conservatorios. Hasta hace no mucho tiempo, la gran fuerza de los músicos españoles, por lo que éramos una referencia internacional incuestionable, era la interpretación de nuestra música. Esto parece que está en proceso de extinción. En los últimos tiempos he escuchado a eminentes compatriotas (no daré nombres, por supuesto) interpretar a Falla, Granados o Turina, de una forma que muestra el desconocimiento que tienen de las raíces de lo que es suyo. La comprenden tan bien (o tan mal) como un músico francés, alemán, sueco o chino, con el agravante de que hay quien puede llegar a pensar que esas versiones deben servir como referencia.
Mencionaba anteriormente a la zarzuela que, pese a no ser propiamente música tradicional, realizó un proceso de asimilación de nuestro folclore y favoreció su difusión. Mi conocimiento de las raíces interpretativas de la música española, por tradición familiar, se debe principalmente a la zarzuela, repleta de jotas, mazurcas, chotis, valses, fandangos, malagueñas o zortzicos. El decaimiento cada vez más acentuado de este género, por tanto, no hace sino separarnos más todavía de la música tradicional.
Además, desde la segunda mitad del siglo XX, en todo el planeta se ha producido una separación generacional de la música, por franjas de edad cada vez más estrechas. La música de nuestros niños no es la de los adolescentes, ni la que consumen los de edad universitaria, ni la de treintañeros, cuarentones… No hablemos ya de música clásica. Actualmente la música no nos une, sino que, más bien, nos separa.
Aunque, al recordar las fiestas recién terminadas, puede que yo esté totalmente equivocado porque, en un proceso similar al descrito por don Mario con el vals en el Perú, el chunda-chunda parece que es la música que articula nuestra sociedad. ¿Se imaginan que en el futuro una novela de un escritor de prestigio mundial trate sobre ella?
Felipe Pinglo Alva. "El Plebeyo" (vals peruano). Interpretado por Eva Ayllon.
Augusto Polo Campos. “Cuando llora mi guitarra”. Interpretado por "Los Morochucos".
Me ha encantado lo que nos cuentas.
ResponderEliminarMuchas gracias por hacernos partícipes.
Besos
Gracias por la publicación, es muy interesante.
ResponderEliminarMuy-muy interesante tu exposición. Totalmente de acuerdo en tu análisis del chunda-chunda como elemento "cultural" vehicular en nuestro presente social.
ResponderEliminarCésar.