LOS SONIDOS Y EL TIEMPO. Westmorland y Lidarti

 


Erasmus es una palabra muy familiar en nuestros días que la gente relaciona no tanto con el humanista nacido en Rotterdam sino con el programa que ha permitido que, desde 1987 y gracias a las ayudas de la Unión Europea, cientos de miles de estudiantes hayan conocido la vida nocturna de otros países distintos al suyo e, incluso, realizado parte de su formación universitaria en ellos. Aunque no lo crean, este tipo de viajes iniciáticos, de desarrollo personal y también de aprendizaje, existían ya hace siglos, aunque estuvieran sólo al alcance de unos pocos.





Retrato de Francis Basset, primer Baron de Dunstanville y Basset. 1778.
 Pompeo Batoni. Museo del Prado. Obra transportada en el Westmorland.


Un precedente es el Grand Tour, costumbre que se extendió desde el siglo XVII hasta comienzos del XIX. Los hijos de familias (muy) pudientes, al llegar a la mayoría de edad, habitualmente con 21 años, emprendían un camino a través de Europa hasta Italia, en el que aprendían otras lenguas y descubrían tanto los restos romanos como las obras de arte renacentistas y barrocas. El recorrido dependía del país de procedencia, aunque la ruta más transitada pasaba por Turín, Milán y Venecia, bajaba por Florencia y continuaba por Roma hasta llegar a Nápoles, la mayor ciudad italiana del momento. Allí visitaban las ruinas de Pompeya antes de emprender el regreso a sus países de origen. Fue especialmente popular entre los británicos, que lo consideraban una etapa educativa y de esparcimiento, previa a la edad adulta y al matrimonio. Pueden ver que los siglos pasan, pero la filosofía lúdico-educativa no tanto.








Cristiano Giuseppe Lidarti (con el arpa) y Giovanni Battista Tempesti (pintor). 1760. 
Nathaniel Dance. Centro de Arte Británico de Yale.


Al igual que ahora, los turistas, nunca mejor dicho, adquirían souvenirs para llevar a casa. Algunos eran para sus familias mientras que otros adornarían sus viviendas al casarse o independizarse. En esta época, en la que no había imanes para el frigorífico, podían ser cuadros, grabados, esculturas o tapices, aunque también instrumentos musicales e, incluso, partituras. De hecho, alrededor del Grand Tour existía un floreciente mercado pictórico, escultórico y musical, que atraía a numerosos artistas a su encuentro. Pueden comprender que el viaje de vuelta con este equipaje no era fácil. A falta todavía de empresas de transporte, utilizaban otras opciones. 


Un grupo de nobles británicos enviaron en 1778 sus recuerdos desde el puerto de Livorno a bordo del bergantín Westmorland. No contaron con el enfrentamiento entre Inglaterra y Francia, provocado por el apoyo de los franceses a los revolucionarios que buscaban la independencia de los Estados Unidos. Cuatro barcos franceses apresaron el navío y el capitán de uno de ellos vendió gran parte de su contenido en el puerto de Málaga. Tras pasar por distintas manos, el rey Carlos III adquirió la colección en 1783. Actualmente, la mayor parte de las obras se encuentran en el Museo del Prado, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y el Museo Arqueológico Nacional.  


Entre las obras enviadas y confiscadas se encontraba un número muy importante de partituras, conservadas hoy en decenas de cajas en la Academia de San Fernando, muchas de ellas de Cristiano Giuseppe Lidarti, un músico olvidado. Sabemos que perteneció al grupo de artistas que se ponían al servicio de estos turistas no sólo por las partituras rescatadas del Westmorland, que incluían tríos y cuartetos de cuerda con flauta travesera y varias sinfonías, sino porque el único retrato que nos ha llegado lo realizó Nathaniel Dance en 1760 durante su Grand Tour. Nacido en Viena de padres italianos en 1730, Lidarti estudió filosofía y derecho en la Universidad de Viena, mientras aprendía a componer con su tío Giuseppe Bonno, maestro de capilla en la misma universidad, que pronto abandonó para dedicarse exclusivamente a la música. Se trasladó a Italia en 1751, donde pasó casi todo el resto de su vida, primero en Venecia, donde se formó con Gassmann, después en Florencia, hasta que llegó a Roma, donde continuó estudios con Jommelli. Desde 1757 trabajó en Pisa, donde alcanzó el cargo de maestro de capilla hasta su muerte en 1795. Lidarti mantuvo una amplia correspondencia con el padre Martini, respetado compositor y teórico de la música, de quien también recibió lecciones. Menciono estos nombres para que vean que tuvo una excelente educación y que gozó de la amistad de músicos muy apreciados. Fue un destacado violonchelista, que también tocaba el clavecín y el arpa, y su obra más importante es el oratorio Ester, destinado a la comunidad judía de Amsterdam y el primero escrito en lengua hebrea.


A diferencia de un cuadro o una escultura, que se pueden contemplar sin intermediarios, las partituras necesitan que los músicos las toquen para que el público pueda oírlas. Y aquí comienza la segunda parte de esta historia. Una iniciativa entre la Academia, la Fundación Cajamurcia y el Conservatorio Superior de Música “Manuel Massotti-Littel” permitió hace unos meses que esta música se escuchara por primera vez desde su composición, muy probablemente, y en la ciudad de Murcia. La tarea fue muy laboriosa al tener que trabajar con facsímiles de los originales, sin editar y sin revisar. Además, ante la ausencia de partituras generales, tres estudiantes de dirección, por medio de un programa informático, transcribieron una de las sinfonías que dirigieron en el concierto. El resultado fue sorprendente para el público, que pudo disfrutar de una música desconocida de extraordinaria calidad. Como pueden imaginar, me produjo una gran emoción asistir al estreno de estas obras que unos jóvenes británicos adquirieron hace casi doscientos cincuenta años para su propio disfrute, que nadie pudo tocar por la captura del Westmorland, interpretadas por un grupo de chicos y de chicas casi de su misma edad, varios de los cuales también han hecho o van a hacer su viaje de Erasmus, y que muy pronto acabarán su formación para convertirse en músicos profesionales.





Ilustración musical:

Christiano Giuseppe Lidarti. Ester (oratorio). 1774

Ensemble Le tendre amour.

Director escénico: Adrián Schvarzstein

Directores musicales: Katy Elkin y Esteban Mazer

Comentarios

  1. Interesante y revelador para muchos, entre los que me inclyo.
    César.

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  2. "A diferencia de un cuadro o una escultura, que se pueden contemplar sin intermediarios, las partituras necesitan que los músicos las toquen para que el público pueda oírlas" y aquí radica la sutileza de La Música (perdón por las mayúsculas) A diferencia del olfato, sentido que no precisa de intermediarios; ni papilas, ni lentes, ni adminículo cualquiera, La Música lo es mediante un proceso (como alambicado) que parte de la partitura para (como el genio de la lámpara) convertir una columna de aire en vibración sonora que deleita o turba.
    A propósito del Gran Tour hay un gran trabajo, prolijo y regado con el fino humor inglés del crítico Brian Sewell en los primeros años de los corrientes dos mil.

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